Barrio Bajo Pueyrredón: alimentan a unas 300 personas y piden ayuda para poder seguir entregando raciones
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“Antes dábamos platos de comida, pero desde hace unas semanas hacemos solo ollas populares, porque no damos a basto”.
Ese es apenas uno de los tantos cambios que Marta y los colaboradores que llevan adelante el comedor del Centro Comunitario Camila, en barrio Bajo Pueyrredón, notan desde el inicio de la crisis del coronavirus.
“Estamos trabajando a pura olla popular, porque no damos abasto. Los días que dábamos platos de comida, que antes eran jueves y sábados, no alcanzaba para la cantidad de gente que se fue sumando”, dice y resalta que cada vez llegan más vecinos a buscar raciones.
“Trabajamos con tres ollas grandes y aún así no damos a basto”, cuenta.
Marta no tiene trabajo y su esposo, que es albañil, no puede desempeñarse a raíz de las medidas restrictivas por el Covid-19.
Ella se define como “una más del montón” en medio de esta crisis. Sin embargo, con su esfuerzo y el de otros colaboradores logran que, al menos algunas veces por semana, puedan alimentarse muchas familias del barrio también golpeadas por la crisis.
“Estamos abasteciendo más de 290 porciones por sábado y todas las semanas aparece gente nueva que pregunta: ‘Por favor, cuándo van a repartir'”, dice y aclara que el cronograma varía según los insumos que van consiguiendo.
Los lunes, martes y miércoles, es tiempo de los más pequeños. Esas jornadas, el lugar se llena de niños que acuden allí a buscar su merienda.
El Centro Comunitario Camila se encuentra en Jose B. Ceevin 1224, entre Harcas y Cochabamba, a escasas seis cuadras de la zona donde surgió uno de los brotes de coronavirus por los que se activó el protocolo del Centro de Operaciones de Emergencias en Córdoba. Pese a ello, nunca les llevaron barbijos o elementos de protección para poder seguir trabajando y alimentando a los vecinos.
“Hemos pedido los elementos por distintos canales, pero no tuvimos respuesta”, asegura.
Pese a la ayuda que reciben de algunos particulares, que les brindan insumos, Marta reconoce que la creciente demanda y la continuidad del aislamiento podrían hacer escasear las raciones.
“Me ayuda mucha gente común, gente que no tiene nada que ver en la política. Nos mandan el pollo, el arroz y la verdura. Y yo no tengo ningún plan, ni beca y tampoco soy beneficiaria de la tarjeta social”, aclara.
Tras hacerse público el caso, desde el Ministerio de Desarrollo Social se comunicaron con el comedor y confirmaron que se les va a brindar asistencia.
Cómo colaborar. Podés acercate al Centro Comunitario Camila, ubicado en Jose B. Ceevin 1224, barrio Bajo Pueyrredón, o comunicarte al 3513579456.
(José Gabriel Hernández/LaVoz).(José Gabriel Hernández/LaVoz).(José Gabriel Hernández/LaVoz).(José Gabriel Hernández/LaVoz).(José Gabriel Hernández/LaVoz).(José Gabriel Hernández/LaVoz).
La nota que nunca quisiera escribir. Estoy devastada. Durante años compartimos escritorio, mesas de radio y algún que otro programa de televisión. Mario generaba buen clima, mantenía la batuta y hacía que cada uno diera lo mejor de sí. Una gran persona. Con él se podía contar siempre.
Su mirada aparentemente despistada envolvía una sagaz observación de todo lo que pasaba y de los protagonistas de lo que pasaba. Matizaba con humor cada situación. Se atropellan en mis recuerdos escenas desopilantes. Van sólo dos anécdotas a modo de muestra.
Estábamos en la redacción de Página en la calle Belgrano. Mario atiende el teléfono fijo y era su mamá, poseedora de esa tragedia judía agudizada con los años.
–Marito te llamo porque me voy a suicidar, no da para más.
–Mamá, ¿tenés algún problema de papeles? Yo soy tu hijo abogado sino llamá a mi hermana que es tu hija psiquiatra.
Otro día contaba que estaba escuchando a Victor Hugo en la radio y empieza a comentar uno de sus artículos en el diario. La grandilocuencia de VH para describir sus dotes de periodista lo apabulló:
–Me miré al espejo y pensé: ‘¡¿Qué me pongo?! No sabía cómo hacer para estar a la altura de semejante halago.
Le decía “Hola Doc” cada vez que hablábamos. Era una forma de rescatar su otra profesión, el abogado que siempre lo acompañaba para analizar los temas de Justicia y derechos humanos con una minuciosidad impecable.
Disfrutaba en el trabajo y lo hacía sentir. Le gustaba hablar con todos y todas, En una Argentina menos polarizaba los años que estuvo a cargo de Política en Página hablaba y hablaba con dirigientes de todo pelaje. Apreciaba a muchos, era contemplativo pero sabía marcar con maestría desvíos y renuncios.
Guardo la imagen de su diálogo con Laura Vales, la compañera que había cubierto la represión en puente Pueyrredón. El asesinato de Kosteki y Santillán que ella describió y él corroboró en una cobertura inolvidable.
Lo vamos a extrañar. Siempre nos va a acompañar su agudeza, su calidad humana y su ternura.
Hace muy poco nos juntamos para charlar sobre un programa de entrevistas que habían pensado junto a Melisa Molina para sumar a la web del diario. Discutimos contenidos, escenarios, nombres de posibles entrevistados y hasta barajamos posibles títulos para el programa. Finalmente elegimos Después del cierre y con ese nombre se inició el ciclo que inauguró Jorge Taiana y continuó Paco Olveira, y que puede verse en el portal del diario.
Pasamos esa mañana entre risas, recuerdos y anécdotas compartidas durante tantos años de trabajo en común. Yo lo chicaneaba con que había llegado tarde al kirchnerismo y él me respondía que lo mío era peor, porque había llegado tarde al peronismo: “Ustedes, los troskos, están más lejos de lo nacional y popular que China de Estados Unidos”, me decía mientras me acariciaba la mejilla con aire paternal.
Cuando leí su libro Kirchner, el tipo que supo, lo llamé para decirle que me había ayudado mucho para recordar situaciones vividas con Néstor y para ordenar mis ideas sobre ese periodo tan intenso que juntos disfrutamos desde el diario.
Esa conversación fue un domingo en que nuestro querido River, pasión que compartíamos con Mario, jugaba un partido importante, así que nos prometimos que si la banda roja ganaba, repetiríamos la charla como cábala ante cada encuentro trascendente.
Pero River perdió y al otro día convinimos que nunca más nos llamaríamos en día de partido.
Ayer, mientras pensábamos junto a Ernesto Tiffenberg con qué título iríamos hoy a la tapa, ambos recordamos la vida y la obra, y en eso estábamos cuando Ernesto disparó: “Ya lo tengo, pongamos Mario, el tipo que supo”. Creo que Ernesto acertó para siempre.