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Belgrano, a corazón abierto: los primeros años

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Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en Buenos Aires. En la misma casona donde 50 años más tarde esperó la muerte.

La suya era una familia tradicional, aunque no contaba con linaje español, el que más cotizaba en esos tiempos. Su papá, Domingo Belgrano y Peri, era un inmigrante italiano, de la Liguria, que viró su apellido a Belgrano Pérez para no desentonar. Fuerte comerciante, funcionario colonial, se casó con María Josefa González Caseros —criolla ella, de familia patricia— con quien tuvieron 16 hijos. 

Aprendió sus primeras letras en una escuela parroquial y luego ingresó en el selecto Real Colegio de San Carlos. Para seguir la carrera de leyes las opciones eran Chuquisaca o Santiago; la universidad cordobesa no otorgaba grados en derecho. Su padre decidió enviarlo a España, donde pasó por dos de las mejores universidades: Salamanca y Valladolid. Además, durante su estadía en el Viejo Mundo aprendió varios idiomas y, sobre todo, se empapó de la doctrina pregonada por los fisiócratas, que oponía una economía productiva basada en la agricultura a la mera acumulación de riquezas.

Y lo más importante: estaba allá cuando en 1789, en la vecina Francia, se desató el vendaval libertario. Como buen católico, solicitó y obtuvo el permiso papal para atisbar la biblioteca prohibida, y se dio un festín con Rousseau y Montesquieu.

Con ese bagaje y el título de abogado debajo del brazo, desembarcó en Buenos Aires en 1794 para ocupar un puesto expectable: secretario del Real Consulado, la flamante oficina colonial que se ocuparía de controlar, regular y proteger el comercio y otras actividades de plaza.

A ese tiempo pertenecen las célebres Memorias, el reporte anual donde volcó sus ideas progresistas en la materia, yendo más allá de lo meramente económico para incursionar en tópicos ausentes de la agenda de época como la educación o las cuestiones de género. Quedaron valiosos testimonios de ello. 

Cuando llegó la primera invasión inglesa se fue de Buenos Aires para no prestar juramento de fidelidad a Su Majestad Británica, y durante la segunda se sumó con armas en la mano a la defensa de la entonces metrópoli del virreinato del Río de la Plata. 

Luego del desalojo de los ingleses, las cosas volvieron a su cauce, pero ya nada sería igual en estos territorios de ultramar, sobre todo cuando un par de años después las novedades europeas sacudieron al mundo de entonces. La irrupción de Napoleón Bonaparte en la península ibérica tendría fuertes remezones en las colonias americanas, y nuestro Manuel Belgrano no sería ajeno a ellos.  

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Un hombre entrañable

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La nota que nunca quisiera escribir. Estoy devastada. Durante años compartimos escritorio, mesas de radio y algún que otro programa de televisión. Mario generaba buen clima, mantenía la batuta y hacía que cada uno diera lo mejor de sí. Una gran persona. Con él se podía contar siempre. 

Su mirada aparentemente despistada envolvía una sagaz observación de todo lo que pasaba y de los protagonistas de lo que pasaba. Matizaba con humor cada situación. Se atropellan en mis recuerdos escenas desopilantes. Van sólo dos anécdotas a modo de muestra.

Estábamos en la redacción de Página en la calle Belgrano. Mario atiende el teléfono fijo y era su mamá, poseedora de esa tragedia judía agudizada con los años.

–Marito te llamo porque me voy a suicidar, no da para más.

–Mamá, ¿tenés algún problema de papeles? Yo soy tu hijo abogado sino llamá a mi hermana que es tu hija psiquiatra. 

Otro día contaba que estaba escuchando a Victor Hugo en la radio y empieza a comentar uno de sus artículos en el diario. La grandilocuencia de VH para describir sus dotes de periodista lo apabulló:

–Me miré al espejo y pensé: ‘¡¿Qué me pongo?! No sabía cómo hacer para estar a la altura de semejante halago.

Le decía “Hola Doc” cada vez que hablábamos. Era una forma de rescatar su otra profesión, el abogado que siempre lo acompañaba para analizar los temas de Justicia y derechos humanos con una minuciosidad impecable.

Disfrutaba en el trabajo y lo hacía sentir. Le gustaba hablar con todos y todas, En una Argentina menos polarizaba los años que estuvo a cargo de Política en Página hablaba y hablaba con dirigientes de todo pelaje. Apreciaba a muchos, era contemplativo pero sabía marcar con maestría desvíos y renuncios. 

Guardo la imagen de su diálogo con Laura Vales, la compañera que había cubierto la represión en puente Pueyrredón. El asesinato de Kosteki y Santillán que ella describió y él corroboró en una cobertura inolvidable.

Lo vamos a extrañar. Siempre nos va a acompañar su agudeza, su calidad humana y su ternura. 

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Antes del cierre

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Hace muy poco nos juntamos para charlar sobre un programa de entrevistas que habían pensado junto a Melisa Molina para sumar a la web del diario. Discutimos contenidos, escenarios, nombres de posibles entrevistados y hasta barajamos posibles títulos para el programa. Finalmente elegimos Después del cierre y con ese nombre se inició el ciclo que inauguró Jorge Taiana y continuó Paco Olveira, y que puede verse en el portal del diario. 

Pasamos esa mañana entre risas, recuerdos y anécdotas compartidas durante tantos años de trabajo en común. Yo lo chicaneaba con que había llegado tarde al kirchnerismo y él me respondía que lo mío era peor, porque había llegado tarde al peronismo: “Ustedes, los troskos, están más lejos de lo nacional y popular que China de Estados Unidos”, me decía mientras me acariciaba la mejilla con aire paternal.

Cuando leí su libro Kirchner, el tipo que supo, lo llamé para decirle que me había ayudado mucho para recordar situaciones vividas con Néstor y para ordenar mis ideas sobre ese periodo tan intenso que juntos disfrutamos desde el diario.

Esa conversación fue un domingo en que nuestro querido River, pasión que compartíamos con Mario, jugaba un partido importante, así que nos prometimos que si la banda roja ganaba, repetiríamos la charla como cábala ante cada encuentro trascendente.

Pero River perdió y al otro día convinimos que nunca más nos llamaríamos en día de partido.

Ayer, mientras pensábamos junto a Ernesto Tiffenberg con qué título iríamos hoy a la tapa, ambos recordamos la vida y la obra, y en eso estábamos cuando Ernesto disparó: “Ya lo tengo, pongamos Mario, el tipo que supo”. Creo que Ernesto acertó para siempre.

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CAPILLA DEL MONTE CLIMA
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