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Mirar de reojo en las calles del miedo: así se vive hoy en Córdoba con el delito sin cuarentena
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hace3 añosel
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En una ruleta rusa. En eso parece haberse convertido el moverse por las calles de la ciudad de Córdoba.
Hemos aprendido a vivir y a andar con la latente sensación de que en cualquier momento se puede ser víctima de delincuentes. Y la sensación tiene asidero y sustento allí, en quienes vienen cayendo víctimas, por goteo, de una seguidilla delictiva que ha vuelto y mete miedo.
Los casos empezaron a registrarse de manera sistemática y cruda, aunque se le intente bajar el perfil durante esta pandemia.
El riesgo no late sólo de noche. En cualquier hogar ya se sabe que en cualquier momento del día se puede terminar siendo apuntado por el caño de un arma.
Volver a casa, meter el auto o sacarlo, andar con la moto por la calle, pararse en el semáforo, ir con barbijo caminando o esperar el colectivo son algunas de las actividades cotidianas que se han vuelto a convertir en situaciones de riesgo latente en las calles del miedo.
La inseguridad en Córdoba volvió a pegar feo donde más duele.
La última víctima fatal fue Silvia Apaza (31), madre de dos niños. El miércoles se levantó a las 5 para ir a trabajar como empleada de limpieza. Camino a la parada del colectivo, terminó muerta de un balazo en Santa Isabel, sur de Córdoba. La zona, como tantas otras de la Capital, una boca de lobo por las luces que no andan y una Policía que no se ve.
Silvia es la quinta víctima fatal de motochoros en la Capital en estos seis meses del año (tres en cuarentena). La realidad es más seria si vemos que en total suman 10 las víctimas fatales por inseguridad en toda la provincia.
El delito se respira mal en varias barriadas. Hoy, lo sufren en la zona donde mataron a Silvia.
Pero lo padecen también en Villa Azalais, donde tardes atrás motochoros mataron a Loriana Tissera (14) y luego le manotearon el celular; en Villa El Libertador, donde ejecutaron a Leonardo Herrera; en Estación Flores, donde ultimaron a Fabián Oromé; en Quebrada de las Rosas, donde fusilaron a Carlos Barato. Sólo para citar algunas víctimas fatales de los últimos meses.
La ola delictiva se disparó otra vez. Lo saben en San Roque, donde motochoros atacaron días atrás a un matrimonio, sin saber que eran policías de civil. Todo derivó en una persecución y uno de los ladrones cayó muerto, el otro herido. Lo padecen en Alta Córdoba, donde otro asaltante terminó con un disparo al asaltar a un guardiacárcel.
Tan herido terminó ese ladrón como lesionados terminaron dos jubilados asaltados en Ameghino. La mujer tuvo que hacerse la muerta para que dejen de pegarle. Ameghino, ese barrio donde otro jubilado terminó en el hospital por un ataque de “rompepuertas”. En Alberdi aún se preguntan dónde están los ladrones que golpearon feo a una mujer que días atrás se bajaba del colectivo. En Panamericano, no saben qué fue de los motochoros que balearon a un delivery.
Son las calles de Córdoba, donde hemos aprendido a mirar de reojo por la espalda. Son las calles del miedo, donde el delito dejó de estar en cuarentena.
Como si la situación no fuera seria, ya hay una preocupación que se analiza en varios despachos: qué va a pasar con esta Córdoba en fase 4 de cuarentena. Qué va a ser del delito con tanta gente otra vez vuelta a las calles con la progresiva vuelta a la nueva normalidad.
La Policía tiene nuevas órdenes: aflojarle a los controles en calles y puentes, levantar los conos y volver a los barrios a patrullar.


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El voto a Milei se debate en las fábricas

“La bronca, la entiendo. Ir en contra de nosotros mismos, no”. Son las 10 de la mañana del viernes y Daniel Rosato está reunido con las y los trabajadores de las empresas que llevan su apellido, una papelera y una metalúrgica. También fueron invitados integrantes de la cooperativa Hormigas Podadoras, que hace tareas de desmalezamiento en el predio del Parque Industrial Plátanos, de Berazategui. Alrededor de ellos hay grandes máquinas que fraccionan y empaquetan rollos de papel tissue, pilas de paquetes de servilletas de cocina y papel higiénico, plásticos con las marcas Family y Calipso, una extensa línea de producción dividida en diferentes sectores. Pero ahora las máquinas están calladas y sus operarios forman una ronda y escuchan, serios. Es la segunda vez que el dueño de esta pyme los reúne para hablar de algo que tiene mucho que ver con su trabajo y con la vida cotidiana de la que ahora hablan: de política.
La primera vez fue un par semanas atrás y la publicación de lo que allí se charló en la columna de David Cufré en este diario causó revuelo entre sus protagonistas. Leyeron la nota y después también lo vieron en la tele, lo escucharon en la radio, les llegaron videos virales de las redes. Se puso la lupa aquí, pero lo narrado tenía valor porque podría trasladarse a tantos otros espacios similares: Rosato decía que la mayoría de los trabajadores de su fábrica había votado a Milei en las PASO: “diría que bastante más del 50 por ciento”, precisaba el empresario pyme. Contaba que se había acercado a ellos para preguntarles qué pensaban y cómo estaban. Que lo que había escuchado podía resumirse en un par de ideas: enojo, hartazgo, necesidad de cambio radical.
Ahora algunos operarios levantan la mano para decir que sí, están enojados y hartos y quieren cambiar todo, pero que ellos no dijeron que eso necesariamente se traducía en un voto a Milei, porque aquí no se habla de candidatos, más bien de ideas y vivencias. En cambio otros admiten que sí, votaron a Milei porque lo que viven los enoja y los cansa y les parece injusto: trabajar y que no te alcance. Lo insostenible de este tiempo, el gran reclamo de época.
Tony admite que votó a Milei “enojado” en las PASO. Foto Enrique García Medina
El voto milanesa
Una cosa se acuerda sobre todo Tony del día en que fue a votar: el kilo de milanesas a 3200 pesos. “Que ya subió más”, aclara este técnico metalúrgico que trabaja en la fábrica de 6 a 15 y completa su salario dando clases por las tardes en escuelas técnicas. Dice que su señora lo chuzó al volver de hacer las compras: “Ahí los tenés a los que vos defendías, ¡3200, 3200 pesos las milanesas!”.
Tony habla desde un lugar, no de pertenencias políticas sino de clase. Admite que “las clases bajas somos las que más necesitamos del Estado”. Se pone de ejemplo: formoseño nieto de abuela analfabeta que lo mandó a estudiar, “y eso hizo la diferencia, como les digo siempre a mis alumnos”. “De la bronca que tenía fui y lo voté a este loco de mierda, porque cuando está todo tan mal uno un poco piensa en que explote todo y a la mierda, ¿no?”, recuerda y analiza. “La verdad, no pensé que este loco iba a sacar tantos votos, menos que iba a salir primero. No me lo imagino presidente. Si lo pienso en frío sé que si explota todo, los primeros que explotamos somos nosotros, los de abajo”, dice ahora.
Foto Enrique García Medina
Tony cuenta también lo que ve alrededor suyo. Que muchos de sus alumnos séptimo año, de la materia máquinas eléctricas, también votaron a Milei. Que su nieta de 14 le dijo que vio en TikTok que “vamos a poder elegir a qué colegio ir, porque nos van a dar un voucher, y eso es bueno”. Que su madre, jubilada sin haber aportado en su totalidad durante el gobierno de Cristina, también le habla de Milei (“ella mira TN todo el día y ya le comieron la cabeza con ‘la chorra'”, aclara). Que en la metalúrgica hacen trabajos para YPF, y los operarios petroleros –“que están re bien, esos sí están bien”, acota– también le hablan de Milei.
“Vi la nota el otro día y me sentí identificado, realmente estoy enojado por estos cuatro años, y quise votar una alternativa nueva”, les dice a sus compañeros cuando pide la palabra en la ronda. “Yo lo escucho ahora a Daniel y hay algo en lo que tiene razón, en el 2015 también estábamos hartos, y nos votamos en contra”, recuerda. “Leamos las plataformas, estudiemos lo que dice cada candidato, pensemos bien lo que quiere decir dolarización, no votemos en caliente”, les aconseja.
Foto Enrique García Medina
Parque industrial
La metalúrgica y las plantas productora y fraccionadora de la papelera Rosato –hay, además, un centro de reciclado ubicado en otro predio– tienen un plantel de 180 trabajadores y trabajadoras en total. Están ubicados en el Parque Industrial Plátanos, de Berazategui. Inaugurado en marzo de 2004 por Néstor Kirchner, este conglomerado industrial es un símbolo muy concreto y visible, con sus 66 hectáreas y las 54 empresas que allí se radicaron, de un impulso decidido desde el Estado a una política de promoción. El proyecto reindustrializador –un trabajo conjunto entre el Municipio y la Unión Industrial de Berazategui– incluyó estrategias como exenciones impositivas diferenciales según generación de empleo: a mayor cantidad de gente empleada, menos impuestos municipales. El Estado, queda claro, estuvo bien presente para que todo esto exista.
Si se mira con atención, este lugar también exhibe a ese mismo Estado operando en forma inversa, y sus consecuencias: las enormes instalaciones que sorprenden al visitante muestran imponentes formas arquitectónicas fabriles de otra época, sobre las que se fue construyendo lo nuevo. Son los restos de la vieja textil Sniafa, una de las principales productoras de hilados sintéticos de la Argentina desde su inauguración en 1948. Llegó a dar trabajo a más de 2.000 personas, hasta que a inicios de los ’80 cerró sus puertas.
Es casi sintomático que nadie a lo largo de una charla sobre trabajo, política, Estado –al menos, durante la cobertura de esta cronista– haya mencionado la característica diferencial de un lugar como este. Y a la vez es humanamente esperable: se busca avanzar sobre lo logrado, se da por cierto, por ya ganado, por inmutable. Los ciclos históricos de la Argentina y la región están hechos de cuestiones como esta.
Marcos y Martín relatan las dificultades cotidianas. Foto Enrique García Medina
Trabajar y que no alcance
“Te dan el bono, sacan el IVA, y aumenta todo en la misma proporción. Las ideas son buenas, pero si se la van a llevar toda cinco vivos, no sirve”. Los diagnósticos de los trabajadores son concretos, y acaban todos en la misma descripción: “La plata no alcanza”. “Trabajás y no te alcanza”. “Llega la quincena, cobrás, y no llegás”. La cuestión ya no es poder ofrecer o no la propia fuerza de trabajo, tener los pies adentro o afuera del plato: es que aún en la mayor de las formalidades laborales, aún con todos los derechos hoy en disputa asegurados, la ecuación no cierra. Un fantasma recorre el nuevo siglo: trabajar y que no alcance.
Marcos y Martín y enumeran el cotidiano en la charla con Página/12: Antes cada invierno había un par de zapatillas, joggin, buzo y campera nuevos para cada hijo, ahora no. Antes se iban de vacaciones, ahora ya no. Viven relativamente cerca, antes venían a trabajar en auto, ahora los números no dan. Llegan aquí diariamente en bici, “y no por deporte”, aclaran. Ellos no dicen a quién votaron ni a quién votarán. Pero sí dicen que están “cansados de ir cada vez de mal en peor, de presidente en presidente, todo igual, todo mal”.
Foto Enrique García Medina
Otro gran tema se recorta unificando los motivos del enojo: “los planes”. “Vos te levantás todos los días a las 5 de la mañana y estos se te ríen en la cara”. “Somos los que sacamos el país adelante y el beneficio se lo llevan otros, no es justo”, es su análisis. ¿No están de acuerdo en la ayuda social del Estado a gente que lo necesita? Sí, pero aseguran que en el barrio ven a “gente que no lo necesita y que pudiendo trabajar, cobran él y la señora”. Que se conocen todos, y que todos saben todo. Que en los barrios Plátanos y Luchetti son conocidos los punteros que “cobran de los planes que reparten porque la gente les tiene que dar de lo que cobran”. Como también admiten que hay otra ayuda social que llega a los comedores y que quienes los manejan “hasta ponen plata de su bolsillo”. Pero los mayores flujos de recursos, aseguran, están mal direccionados.
En su análisis, con esta asistencia el Estado llega a las personas no para equiparar desigualdades sino, por el contrario, como gran generador de injusticias. Es, en la denuncia de su relato, la única intervención estatal que visualizan.
En la Cooperativa Hormigas Podadoras les piden a sus compañeros “memoria”. Foto Enrique García Medina
Verde tesoro
Jesica Palavecino es la presidenta de la cooperativa Hormigas Podadoras, creada en 2013, con 35 integrantes de entre 18 y 65 años. A través de un convenio con el municipio, hacen desmalezamiento en este predio, en vía pública, y también trabajan en obras de urbanización. Toda la estructura laboral de estos trabajadores está mediada y posibilitada por el Estado; sin embargo, cuenta que entre los integrantes de la cooperativa y sus familias hubo quienes votaron al candidato que promete terminar para siempre con el Estado, hacerlo estallar por los aires.
Foto Enrique García Medin
Cómo llegar a estar bien
Además de estar al frente junto a su hermano de la empresa que –cuenta su hija, que también trabaja aquí– “empezó en el patio del abuelo”, Daniel Rosato es presidente de Industriales Pymes Argentinos, y de la Unión Industrial de Berazategui. Dice que en 2015 hubo aquí charlas similares, y que ahora quiere transmitir a su gente básicamente lo mismo: que el libre comercio mata a la industria, que los ejemplos están en la historia. Que se puede estar mejor, pero no destruyendo todo. “Si ustedes ganan bien, van a comprar más papel higiénico, y nos va a ir bien a todos”, les dice con lógica productivista a los empleados de su papelera.
Les cuenta, por último, que llamó tanto a Milei como a su hermana (“el Jefe” lleva la agenda) para invitar al candidato al cuarto Congreso Nacional Industrial del Consenso Nacional para el Trabajo y la Producción, que se hizo en el marco de la primera exposición de parques industriales en la Rural, el 25 de agosto. Que lo volvió a convocar hace poco para un debate. “No fue, ni siquiera contestó. ¿Saben por qué? Porque no tiene nada para decir en una fábrica argentina”, concluye.
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El mensaje de Cristina Kirchner a la militancia

Minutos después de haber finalizado su charla magistral en la UMET, Cristina Fernández de Kirchner salió a la calle. La esperaban decenas de militantes cristinistas que, agrupados alrededor de un escenario improvisado, cantaban: “Gorila no te va a alcanzar, la nafta no te va a dar. Si la tocan a Cristina que quilombo se va armar”. La vicepresidenta sonrería, saludaba y mandaba besos. “La verdad que tenía muchas ganas de tomar contacto con todos ustedes pero también mucha necesidad de decir lo que creo que está pasando”, comenzó, mientras algunos militantes le gritaban palabras de cariño. En ese momento, la vicepresidenta hizo algo que no había hecho hasta ahora: pidió disculpas por los errores del gobierno nacional en los últimos años.
“Yo entiendo porque hubo mucha ilusión, mucha expectativa y no se pudo cumplir. Y quiero en ese sentido pedirles perdón si no pudimos cumplir, pero créanme que lo intenté muchas veces”, señaló, en una crítica velada a Alberto Fernández, y ahí mismo se interrumpió: “Pero no vale la pena, hay que meterle para adelante porque necesitamos que la sociedad argentina sepa cuál es realmente el problema que tiene nuestra economía”.
La calle Sarmiento estaba abarrotada de militantes de La Cámpora, Nuevo Encuentro, y las diferentes agrupaciones que integran la Patria es el Otro, que conduce el “Cuervo” Larroque. Había gente hasta en los balcones y, en un momento, CFK hizo que subieran a una niña que estaba en el público y quería que le firmara una de las banderas. Era la primera vez que la vicepresidenta protagonizaba un acto así, más espontáneo y en la vía pública, desde que intentaron asesinarla hace más de un año. Había participado de otros actos públicos, pero había sido más organizados, con varios cordones de seguridad y de cacheos. Esta vez era distinto. “Hasta tuve miedo”, reconoció un dirigente cristinista que había ido escucharla en la presentación de la reedición del libro en la UMET.
“Muerta o presa no me importa, no me voy a callar nunca. Sépanlo”, exclamó CFK, al finalizar el acto.